Guerra o ciencia ficción? o ambas? . Este articulo me pareció muy interesante. Publicado en Diario El nacional, de Venezuela, en su suplemento Siete Días, el 29 de Mayo de 2011
Guerra y ciencia ficción. Cañones inteligentes que destruyen en el aire las balas enemigas, microaviones espía del tamaño de un colibrí, soldados y perros mecánicos se mueven en el frente: la tecnología de Estados Unidos revoluciona los arsenales más modernos y alimenta, de la mano de Hollywood, el complejo industrial y mediático
Pablo Francescuttí, Exclusivo de El Nacional
Primera línea del frente: un cañón inteligente destruye en el aire las balas y granadas lanzadas por el enemigo. En la tierra de nadie, un robot corta alambres de espino y otro hace estallar las bombas de un área minada. Volando a tres metros del suelo, un microavión del tamaño de un colibrí espía a un francotirador escondido. En la retaguardia, centinelas autómatas disparan a cualquiera que se aproxime sin dar la contraseña. ¿Se trata de un escenario de Terminator o de La guerra de las galaxias? No: es una descripción del horizonte creado por la tecnología que está revolucionando el arsenal de las potencias.
Parte de esa parafernalia ha entrado en acción. Una legión de robots combate a los talibanes en las montañas y valles de Afganistán. Entre ellos figura Big Dog, un cuadrúpedo mecánico que transporta vituallas por sitios escarpados. Otros autómatas asisten a la infantería, como el pequeño todoterreno Pack Bot. El "mejor amigo del soldado" -así lo llaman- se carga en la mochila y se activa para que cave túneles y se abra paso a través de rocas, agua o escombros en misiones de vigilancia, reconocimiento, desactivación de minas o inspección de vehículos sospechosos.
Drones al volante. Las máquinas ya dominan las alturas. Miles de drones (aviones sin pilotos) controlan los cielos afganos e iraquíes, e incursionan en el espacio aéreo libanes al servicio de Israel. Uno de esos artefactos, el Predator, tuvo un papel crucial en Irak en la localización y eliminación del líder de Al Qaeda Abu Mussab al Zarkawi. Mucho más pequeños, los Ravens se desplazan guiados por GPS o por control remoto para enviar a las tropas imágenes de las posiciones enemigas en tiempo real. Todo esto es fascinante, aunque parece un juego de niños comparado con los prodigios que pronto llegarán al frente. Tomemos el fusil inteligente XM25, ensayado actualmente en Afganistán. Sus proyectiles se programan para explotar antes o detrás de la diana escogida, con el propósito de alcanzar a individuos escondidos detrás de muros a 700 metros de distancia. Más imponente se perfila el sistema antimisiles que quiere construir la OTAN sobre Europa. Estados Unidos ya cuenta con uno que cubre su territorio. La versión europea, presupuestada en 100 millardos de euros y basada en baterías antimisiles emplazadas en buques de guerra, deberá impedir ataques contra ciudades. ¿Y qué decir del plan del Pentágono para transportar marines en cohetes espaciales? Para una potencia empeñada en librar combates en diversos puntos del planeta, apurar el traslado de tropas resulta esencial. El programa Small Unit Space Transport and Insertion brinda la solución: cohetes suborbitales llevarán a los soldados a cualquier lugar del globo en sólo dos horas.
En las sociedades democráticas, evitar bajas se ha vuelto clave para conservar el apoyo de la población a las intervenciones en países lejanos. La automatización busca facilitar el combate a distancia y así reducir el retorno de soldados en bolsas de plástico. La apuesta por la alta tecnología ya ha dado frutos: ha hecho la guerra invisible para la opinión pública.
"Fijémonos en los ataques que llevamos a cabo en Pakistán", dice Peter Singer, director del 21st Century Defense Initiative, un centro de estudios estratégicos en Washington. "Igualan en número a las acciones realizadas al comienzo del conflicto de Kosovo, pero no se habla de ellos en nuestros medios".
Los expertos se han fijado metas aún más fantásticas, como la comunicación mental entre soldados, la autorregeneración del cuerpo herido de los combatientes y la supresión de sus recuerdos traumáticos. "Estamos tornando la ciencia ficción en realidad", asegura John Parmentola, director de investigación y gestión de laboratorio en la Oficina de Ciencia y Tecnología del Ejército de Estados Unidos.
La ciencia ficción y la industria del armamento de punta han tendido a mimetizarse. Para muestra, un botón: los sistemas defensivos CRAM utilizados en Irak fueron bautizados R2-D2 por las tropas estadounidenses por su semejanza con el robot homónimo de La guerra de las galaxias. Peter Bitar, presidente de la firma Xtreme Al-temative Defense Systems, dice haberse inspirado en la obra de George Lucas para crear Stun Strike, un lanzarrayo de un voltaje suficiente para paralizar temporalmente a una persona, una cualidad apropiada para los registros casa por casa que se realizan en Irak o en los territorios palestinos, de acuerdo con su creador. En La guerra de las galaxias ya se había basado Ronald Reagan para vender su escudo antimisiles llamado Star Wars, despotricar del "Imperio del Mal" y acabar sus discursos con la frase: "Que la fuerza te acompañe".
Imaginación bélica. Aunque suene paradójico, la influencia de la ciencia ficción en el imaginario armamentista responde a necesidades prácticas: "Antes de que las armas nucleares pudieran ser utilizadas, tuvieron que ser diseñadas, y antes de que pudieran diseñarse, fueron imaginadas", indica H. Bruce Franklin, un ex oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. En su libro War Stars reconstruye cómo las armas todopoderosas imaginadas por ese género narrativo impregnaron las mentes de militares y científicos, sirviendo de modelos del armamento que finalmente se Construiría. Franklin lo ejemplifica con un dato reciente: la gran similitud entre las novelas de Roy Prosterman, escritor de ciencia ficción y asesor de los neoconservadores, y la propuesta de Paul Wolfowitz, Rebuilding America's Defenses, para asegurar la hegemonía de Estados Unidos en el siglo XXI. El informe, cuyo autor admitió que incluía "elementos de ciencia ficción", prevé convertir al soldado en una especie de cyborg. Equipado con un casco repleto de dispositivos electrónicos, el guerrero del mañana estará en permanente conexión wireless con sensores, armas y compañeros de batalla; vestirá un uniforme termorregulable que informará de su estado a los médicos, y un exoesqueleto artificial (al estilo del usado por Sigourney Weaver en Alien 2) aumentará la fuerza de sus miembros.
"Las visiones reflejadas en las películas tienen impacto en la forma con que se presentan las tecnologías en la vida real", afirma Alan Boyle, editor científico del canal estadounidense MSNBC. Lo prueba la propaganda militar, que ha tomado de la ciencia ficción conceptos como "guerra electrónica limpia", sin soldados, sin bajas civiles, de precisión quirúrgica. Su eficacia se hizo patente en la primera guerra del golfo: una contienda parecida a un videojuego resulta más fácil de digerir a la opinión pública. Asimismo, sirve de banderín de enganche: un anuncio de la Armada dice, entre imágenes de estilizados aviones, satélites y soldados ante consolas: "Los drones combaten el terrorismo, protegen a Estados Unidos y cuidan el frente sin necesidad de presencia humana". Sin duda, alistarse para una guerra similar a un torneo de videojuegos es mucho más atractivo que prepararse para tiroteos con balas reales en un callejón de Bagdag.
Que los videojuegos se presten tan bien a esas funciones no es casual. El culto a las armas y a la destrucción bélica campea a sus anchas en estos pasatiempos. Basta con ver los programas basados en las operaciones militares en Irak y Afganistán, o el creado por el propio Ejército de Estados Unidos, America's Army. La interactividad le permite al jugador adoptar el papel de un soldado de patrulla en el frente afgano. Aquí la diversión no está reñida con la formación marcial: no en vano, el general Norman Schwarfkopf utilizaba videojuegos para planear los movimientos de sus tropas en Irak. No se equivocaba la profética película Juegos de guerra (1983): hemos entrado en una época en la que la diferencia entre guerra real y guerra virtual se difumina por momentos.
La mezcla de videojuegos, acciones bélicas y películas refleja un fenómeno más vasto: la integración de la industria de la defensa con la del entretenimiento. Su resultado, el llamado complejo militar-industrial-mediático, es la evolución de una alianza forjada entre Hollywood y los militares en la Segunda Guerra Mundial, en función de la cual la meca del cine obtenía patrocinios y acceso a blindados, aviones, helicópteros y tropas para rodajes a cambio de que sus guionistas trata-ran bien a los uniformados. No es para menos: "Cuando se les muestra con luz positiva en películas y programas televisivos, el reclutamiento se dispara", indica David Robb, autor de Operation Hollywood: How the Pentagon Shapes and Censors the Movies. "En muchos aspectos, Hollywood se halla incrustado en las Fuerzas Armadas", afirma Robb.
Pero el complejo militar-industrial-mediático no las tiene todas consigo. Las visiones de supremacía mediante armas imbatibles chocan con tropiezos técnicos. El escudo antimi-siles de Estados Unidos ha sufrido serios reveses en ensayos realizados en el océano Pacífico, al no lograr interceptar misiles de prueba. Tampoco los cohetes de los marines espaciales se perfilan muy seguros. "Pueden ser enormemente vulnerables" a ataques antiaéreos, previene Ivan Oelrich, analista de la Federación de Científicos Americanos. "Ya los cohetes no se les puede blindar", agrega.
Más sangrante ha sido la incapacidad de los drones para distinguir los objetivos militares de los civiles: ya en 2006, los expertos en contrainsurgencia David Kilcullen y Andrew Exum calculaban que en Afganistán y Pakistán "habían matado a aproximadamente 700 civiles, o sea, 50 civiles por cada insurgente, una eficacia de 2%". Contrariando las fantasías de hegemonía, en ambos países se demostró que la superioridad tecnológica no asegura la victoria, ni detiene el goteo de bajas causado, por ejemplo, por las bombas caseras de los talibanes.
Pese a los fallos, la imaginación bélica insiste en su versión terrícola de La guerra de las galaxias, recurriendo para ello a los servicios de la ciencia ficción…)