El retorno del gigante Gilmour

Articulo publicado en el Diario El Nacional, Venezuela, el día 23/04/2006, escrito por Juan Carlos Ballesta:

Cuando en 1968 la personalidad de Syd Barret –un genio lunático- se hizo inmanejable para los tres restantes miembros de Pink Floyd, la figura de un modesto joven guitarrista cercano a la banda emergía como candidato a sustituirlo. El disco debut de Pink Floyd, "The Piper at The Gates Of Dawn" (1967) se había convertido en el pináculo de la psicodélica pop y Barret en un personaje clave del “swinging London”, lleno de carisma y talento. Sin embargo, su afición a las drogas duras eclipsaron su inmensa creatividad y lo llevaron a un peligroso limbo en el cual permanece desde entonces. Aunque él era el principal cerebro, el seno del gripo atesoraba a dos compositores. Richard Wright (teclados) y, sobre todo, Roger Waters (bajo, voz). Pero todavía faltaba otro importante artista dentro de la banda.
David Gilmour fue la opción natural, dada la amistad que los unía desde la infancia. Ocupar el rol de nuevo guitarrista en una banda que en poco más de un año se había colocado en el epicentro de la escena pop británica, no era tarea fácil. Gilmour poseía otras facultades, otro estilo. Su voz tampoco era la de Syd, pero era mas que aceptable. Mas sosegado, mas técnico, menos confrontacional, pero con sobradas ideas que aportar, desde aquellos psicodélicos y arriesgados “A Saurceful of Secrets” (1968) y “Ummagumma” (1969), David se tornó en una pieza clave en el engranaje de Pink Floyd. La historia se encargó de consolidarlo como uno de los mas grandes guitarristas de nuestra era. En aquellos primeros años, fue además el protector de Barret y el impulsor de su malograda carrera como solista, la cual arrojo dos discos y una serie de piezas inconclusas.

David vs. Roger

La ascendente carrera de Pink Floyd la convirtió en una de las mas importantes bandas del planeta, un estatus que han sostenido hasta hoy a pesar de la bajísima producción musical durante el ultimo cuarto de siglo. Quizás su mas importante merito consiste en aglutinar en torno a su música a varias generaciones, algo que pocos grupos han podido lograr. Esa circunstancia los ha mantenido en primer plano prácticamente desde sus inicios, por lo cual cada movimiento que realizan sus integrantes o cualquier rumos sobre una posible reunión o nuevo disco produce un inmenso revuelo entre la legión de fans.
Como corresponde a toda una banda que agrupa a varios músicos de talento y personalidad, la batalla por el liderazgo comenzó muy rápido, incluso en el periodo de grabación de “The dark side of the moon” (1973), el emblemático trabajo que mas tiempo ha permanecido en las listas de ventas y que muchos tienen en su colección, aun sin ser fans de la banda. Tras la salida de Barret, Roger Waters se había convertido en el principal letrista, así como en el que mas composiciones aportaba a cada álbum. Gilmour, y en menor grado, Wright, funcionaban como el contrapeso del avasallante talento de su compañero. Con “Wish you were here” (1975), el grupo logró otro de sus pináculos, motivado por la eterna presencia de Syd, pero fue en la ultima producción en la que funcionaron como un verdadero grupo. Han pasado tres décadas. A partir de “Animals” (1977), Waters, a sangre y fuego, se adueño del grupo, dejando poco margen de maniobra a sus tres compañeros. Solo Gilmour pudo mantener sus importantes aportes musicales, aunque ya minimizado como compositor. El momento álgido del centralismo ocurrió con el ambicioso “The Wall”(1979), fruto de los tormentos y fantasmas acumulados por Waters desde su niñez. El siguiente disco, “The Final Cut” (1982), fue casi un trabajo solista de Waters, lo que finalmente desembocó en una lacrimosa y agria ruptura que lo alejo del grupo y dejo en manos de Gilmour y Mason el nombre de Pink Floyd. La banda continuó mas como una corporación que como un grupo cohesionado, con una exigua producción musical. Desde “The Division Bell” (1994) no ha habido señales de nuevo material, y el único acontecimiento relevante fue el circunstancial encuentro el año pasado –que incluyo a Waters- para el concierto benéfico Love 8, que hizo renacer la esperanza de una definitiva reunión, tema que ellos se han encargado de evadir.
Como ha ocurrido con otras bandas, la sinergia entre sus miembros ha producido discos invalorables cuando trabajan juntos. Pero ni Waters, ni Gilmour, ni Wright ha podido desarrollar en solitario carreras consistentes, mientras sus presentaciones siempre se apoyan en materia grabado con Pick Floyd.
Mientras Waters se aventuró con la composición de “Ca Ira” (1995), un ambicioso oratorio basado en la primera fase de la Revolución Francesa, David Gilmour, tras una moderada actividad musical que lo llevo a colaborar, entre otros, con Paul McCartney, The Pretty Things, Robert Wyatt, Phil Manzanera y Kate Bush, ha decidido regresar al ruedo con “On An Island” (2006), un lanzamiento que ha acompañado con una pequeña pero muy exitosa gira por Europa y Norteamérica.

“On An Island”, el retorno del gigante

A Gilmour hay que endosarle muchas cosas positivas. Su talante amigable y su estilo inconfundible con la guitarra lo ayudan. A los 62 años todavía puede darse muchos lujos musicales, entre ellos invitar a sus amigos para que participen en su primer disco desde “About Face” (1984). También a su esposa Polly Samson, quien coescribe seis de las 10 piezas y toca piano en algunas. Afortunadamente “On An Island” es un disco estupendo, muy ingles, lleno de agradables atmósferas melancólicas, ritmos sosegados, elegantes arreglos y prístinos solos de guitarra.
El disco abre con “Castellorizon”, una pieza en la que la guitarra de David es arropada por una orquesta. Un comienzo impresionista que da paso el titulo homónimo, una excelente balada de amor con teclados de Richard Wright y las inconfundibles armonías vocales de David Crosby y Graham Nash. “The Blue” en un dedicado tema que a ratos recuerda al disco “Meddle” (1971), gracias al órgano de Wright y la espacial guitarra de David. La tónica envolvente cambia con “Take a Breath”, seis dramáticos minutos, quizás los mas rockeros del disco. Aparece entonces “Red Sky At Night”, un corto instrumental en que Gilmour sorprende con un solo de saxo, dando paso a “This Heaven”, un inspirado blues conducido por la batería de Andy Newmark y el órgano de George Fame. La próxima pieza, “Then I Close My Eyes”, es quizás la joya de la corona, con la presencia siempre valiosa del versátil Robert Wyatt en la percusión, la trompeta y la voz casi en susurro, envuelta a su vez por el delicado cello de Caroline Dale y las guitarras de B.J.Cole y el propio autor. El estilo vocal de Wyatt influencia a Gilmour en “Smile”, una composición de aroma rural que enamora. En “A Pocketful of Stone” de nuevo toman protagonismo las cuerdas y la guitarra, mientras que la pieza final, “Where We Start”, coloca la guinda a este disco seductor y decididamente romántico. Con David Gilmour no cabía esperar estridencias, sino gentileza y buen gusto. Este es un disco atemporal, que no removerá las estructuras de la música pop pero si probablemente algunos corazones.

Escrito por Juan Carlos Ballesta, publicado en el Diario El Nacional, Venezuela , el 23/04/2006